
Pocas veces se tiene la oportunidad de leer la cotidianidad de la historia escrita por la mano de uno de sus protagonistas, y como nadie en "Gobierno en Mano" el Dr. Enrique Tejera París logra desvelarnos el nacimiento de la democracia venezolana a partir del día 24 de Enero de 1958, cuando aterriza en Venezuela a pedido de Don Rómulo Betancourt y acompañando a Eugenio Mendoza quien se incorporaría a la Junta Cívico Militar del recién instaurado gobierno de transición que nació el 23 de Enero de 1958 cuando una insurrección militar y civil derrocó a Marcos Pérez Jimenez quien, hasta 1998, fue el último tirano militar que conoció mi país.
Estas memorias, deliciosamente escritas, bien detalladas, llenas de detalles y anécdotas nos cuentan, entre sobresaltos de metralla, decisiones de improviso, risas, trabajo y polvo, cómo se dió el paso hacia la modernidad de la democracia venezolana, pero sobre todo de nuestro propio país, ese que dejó de ser rural intentando ser cosmopolita. El lector acompaña al Dr. Tejera París en su recorrido desde Caracas hasta Cumaná, viendo nacer una nación, descubriendo por qué el Palacio de Miraflores fue pintado de blanco, comprendiendo la pasión y entrega con que trabajaron entonces y, presagiando que; en un futuro muy lejano, cuando nos toque volver a las riendas de la civilidad haremos falta muchos venezolanos que, ojalá inspirados por los nobles ideales que guiaron a Tejera y sus colaboradores, reconstruiremos este país que, aún clama, por dar el salto al desarrollo que se quedó a medio camino entre 1958 y 1998.
No soy para nada objetiva leyendo a Tejera París, primero porque mi admiración por él viene desde niña -siempre he sido adicta a las letras y la noticia- y luego porque esa cotidianidad de una democracia naciente es, al propio tiempo, la historia de mi familia, de mi padre volviendo del exilio, de mis tías liberadas de la Seguridad Nacional, de esa sangre de luchadores que corre por mis venas. Tal vez, algún día, me decida a contar esa historia que me contaron entre tardes de lluvia y café mis tías queridas... y quizá sea por eso que siento al Dr. Tejera París (a quien no conozco en persona) tan cercano, porque me escribe de las cosas que ellas ya no me cuentan, pero que desde el cielo me inspiran a hacer.
Estas memorias, deliciosamente escritas, bien detalladas, llenas de detalles y anécdotas nos cuentan, entre sobresaltos de metralla, decisiones de improviso, risas, trabajo y polvo, cómo se dió el paso hacia la modernidad de la democracia venezolana, pero sobre todo de nuestro propio país, ese que dejó de ser rural intentando ser cosmopolita. El lector acompaña al Dr. Tejera París en su recorrido desde Caracas hasta Cumaná, viendo nacer una nación, descubriendo por qué el Palacio de Miraflores fue pintado de blanco, comprendiendo la pasión y entrega con que trabajaron entonces y, presagiando que; en un futuro muy lejano, cuando nos toque volver a las riendas de la civilidad haremos falta muchos venezolanos que, ojalá inspirados por los nobles ideales que guiaron a Tejera y sus colaboradores, reconstruiremos este país que, aún clama, por dar el salto al desarrollo que se quedó a medio camino entre 1958 y 1998.
No soy para nada objetiva leyendo a Tejera París, primero porque mi admiración por él viene desde niña -siempre he sido adicta a las letras y la noticia- y luego porque esa cotidianidad de una democracia naciente es, al propio tiempo, la historia de mi familia, de mi padre volviendo del exilio, de mis tías liberadas de la Seguridad Nacional, de esa sangre de luchadores que corre por mis venas. Tal vez, algún día, me decida a contar esa historia que me contaron entre tardes de lluvia y café mis tías queridas... y quizá sea por eso que siento al Dr. Tejera París (a quien no conozco en persona) tan cercano, porque me escribe de las cosas que ellas ya no me cuentan, pero que desde el cielo me inspiran a hacer.
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Mariela