jueves, 23 de septiembre de 2010

Todo este campo es mío

Hace ya seis horas que salimos de Maracay, parecía que no llegaríamos nunca, pero después de una carretera accidentada y de tierra conseguimos la intersección que mostraba el mapa; y al cruzar a la derecha no tardamos en encontrar un portón de hierro, medio desvencijado en el que se podía leer "Fundo Marisela" . Iván me mira y dice, parece que de aquí salió tu nombre, Marisela. Aún impresionada por el descubrimiento, bajé de la camioneta, tomé la llave que me dió mi hermano y pensando que no abriría le dí vuelta; con el chirriar de la reja parecía que otro mundo se desplegaba ante nuestros ojos.

Tras cruzar el portón se nos abría la inmensidad de los llanos Guariqueños, con todos sus verdes. Bajamos los vidrios para dejar entrar el aire, y de pronto una fragancia deliciosa nos llenaba el alma, los pulmones. Le dije a Iván, esto que hueles es mastranto. Y vimos la sabana llena de esta maleza que desprendía su olor con la leve brisa de la tarde. Como a dos kilómetros veo una casa grande, la reconocí por las fotos, era el antiguo hogar de la infancia de mi padre... estaba descuidada, por los años de ausencia, pero aún así me sentía como en una máquina del tiempo.

Al acercarnos vemos que sale un hombre, joven y nos saluda con la mano. Yo me asombro, pero Iván tranquilo me dice: No te asustes, cuando decidiste venir a El Rastro, llamé a tu padrino y le pedí que consiguiera a alguien que nos limpiara un poco esta casa. Conociendo el personaje, no creo que quisieras venir al llano a hacer limpieza. Sonreí y le agradecí el detalle, en el lío de los papeles y una sucesión con casi 20 años pendiente en los tribunales, no había tenido tiempo de hacer nada práctico para este viaje.

Detenemos la camioneta, nos bajamos y dejo a Iván que se entienda con el joven contratado por mi padrino. De pronto, la inmensidad de la sabana poco a poco se apodera de mí. Recuerdo que nos presentamos, y José nos dió un paseo por la casa. Era la delicia de un anticuario, todo estaba allí, cubierto por sábanas -es cierto- pero parecía que la familia acababa de salir. Encontré un gramófono, soplé el polvo que tenía el viejo disco de pasta y le dí vuelta a la manivela... la voz de Gardel me demostró que funcionaba perfectamente y así el silencio se dispersó con una milonga.

Aún no sé como convencí a Iván de venir hasta aquí, donde no funciona el celular, obviamente no hay red y de casualidad lograremos luz eléctrica si funciona una vieja planta que heredé con el fundo. Aunque no sé si "heredar" sea la palabra correcta, más bien mis hermanos acordaron dejarme este pedazo de tierra porque nadie más se quería ocupar de ella, tal vez pensando en que si me obstinaba accedería a venderla... y creo que Iván también apostaba a eso, aunque no dijera nada. El contraste con nuestra vida en la ciudad no puede ser mayor, por lo que vemos parece que estamos de vuelta en 1930.

Camino lentamente los corredores, tratando de ubicar las historias que me contaron. Voy detrás de José e Iván, quienes hablan de detalles prácticos, cosas que necesitaremos para pasar la noche, en fin una plática de hombres que nada tiene que ver con mis memorias. Tengo la sensación de que encontraré a mi abuela Mila haciendo un guiso en el fogón, a Maruja trepándose al samán y Conchita abajo rogandole que baje, que las señoritas no se trepan a los árboles. La tarde avanza con pasos de morrocoy, este llano tiene una velocidad a la que no sé si me podría acostumbrar. De pronto, vuelvo a la realidad cuando Iván me dice que iremos con José al pueblo a comprar unas cosas, no sé de donde me salió decirle: Me quedo. Me vió con cara de "estas loca mujer", y yo le aseguré que sí, que me quería quedar sola en ese caserón y no muy convencido se fué con José.

Veo el polvo levantarse mientras la camioneta avanza y finalmente se pierde en el horizonte. Me he quedado en esta divina soledad, escuchando el trinar de la sabana en sus pájaros, en el alzar del vuelo de las garzas pluma rosa. De pronto siento como gotas de agua fresca comienzan a besar mi piel, abro los brazos como quien recibe en la llovizna la bendición de sus ancestros, ya no me sentía extraña... parezco pertenecer a esta tierra, a este campo... ya no sé si todo este campo es mío o yo soy toda de él.

Al arreciar la lluvia entro corriendo a la casa, buscando donde guarecerme... el techo está bueno, son pocas las goteras que se escapan hacia dentro. Me senté sobre uno de esos muebles cubiertos de sábanas a ver caer la lluvia, escuchar a Gardel y esperar el regreso de Iván. Y en un momento, con el arcoiris, ví regresar nuestra camioneta. Salí corriendo a abrazarlo... él ya venía solo, baja de la camioneta para abrazarnos y mirandome a los ojos me pregunta: "¿Qué decidiste?"


Foto: Karl Weidmann

lunes, 13 de septiembre de 2010

Gobierno en Mano


Pocas veces se tiene la oportunidad de leer la cotidianidad de la historia escrita por la mano de uno de sus protagonistas, y como nadie en "Gobierno en Mano" el Dr. Enrique Tejera París logra desvelarnos el nacimiento de la democracia venezolana a partir del día 24 de Enero de 1958, cuando aterriza en Venezuela a pedido de Don Rómulo Betancourt y acompañando a Eugenio Mendoza quien se incorporaría a la Junta Cívico Militar del recién instaurado gobierno de transición que nació el 23 de Enero de 1958 cuando una insurrección militar y civil derrocó a Marcos Pérez Jimenez quien, hasta 1998, fue el último tirano militar que conoció mi país.

Estas memorias, deliciosamente escritas, bien detalladas, llenas de detalles y anécdotas nos cuentan, entre sobresaltos de metralla, decisiones de improviso, risas, trabajo y polvo, cómo se dió el paso hacia la modernidad de la democracia venezolana, pero sobre todo de nuestro propio país, ese que dejó de ser rural intentando ser cosmopolita. El lector acompaña al Dr. Tejera París en su recorrido desde Caracas hasta Cumaná, viendo nacer una nación, descubriendo por qué el Palacio de Miraflores fue pintado de blanco, comprendiendo la pasión y entrega con que trabajaron entonces y, presagiando que; en un futuro muy lejano, cuando nos toque volver a las riendas de la civilidad haremos falta muchos venezolanos que, ojalá inspirados por los nobles ideales que guiaron a Tejera y sus colaboradores, reconstruiremos este país que, aún clama, por dar el salto al desarrollo que se quedó a medio camino entre 1958 y 1998.

No soy para nada objetiva leyendo a Tejera París, primero porque mi admiración por él viene desde niña -siempre he sido adicta a las letras y la noticia- y luego porque esa cotidianidad de una democracia naciente es, al propio tiempo, la historia de mi familia, de mi padre volviendo del exilio, de mis tías liberadas de la Seguridad Nacional, de esa sangre de luchadores que corre por mis venas. Tal vez, algún día, me decida a contar esa historia que me contaron entre tardes de lluvia y café mis tías queridas... y quizá sea por eso que siento al Dr. Tejera París (a quien no conozco en persona) tan cercano, porque me escribe de las cosas que ellas ya no me cuentan, pero que desde el cielo me inspiran a hacer.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Ausencias deja la noche


Desde Abril tenía "Ausencias Deja La Noche" como un libro pendiente para leer, pero entre exámenes de derecho, viajes de ida y vuelta, trabajos y demás siempre iba quedando postergada su lectura para después, para cuando tenga tiempo, para las vacaciones. Llego un día, en que viendole cercana la fecha de vencimiento al receso universitario, me fuí directo a la librería en busca de "Ausencias" y de un coleado "Caín" de Saramago que se vino por insistencia de contrabando en mi bolsa de compras.

Ser venezolana y dedicarme a la lectura de esta primera novela de Gonzalo Himiob (en twitter @HimiobSantome) fue remover historias conocidas, eventos presagiados, temores ocultos en el fondo del baúl y también sonreír reconociendome en la cotidianidad de los personajes, en la magia de esos seres que bajan de la montaña a cambiarnos la vida, en la fuerza femenina y ancestral de Maria Lionza, todo en una historia que a ratos fabulada y a otros contundetemente cierta movió en mí desde la repulsión hasta la esperanza, del llanto hasta la risa. En esta novela, como en la propia Venezuela, se mezclan la sordidez y la inocencia, la hidalguía y la mediocridad, la brutalidad militar y la decencia civil. Nunca deja , mi amado Gonzalo Himiob, al lector indiferente con sus letras, a veces un exceso de detalles hacía que le bajara el ritmo a unos escritos que me traían con el corazón acelerado, o terriblemente asqueada por lo cierto de la ficción, pero tal vez fue un instante de gracia para dejar a nuestros ojos y almas descansar un poco en descripciones costumbristas de lo hermoso y virtuoso de la cotidianidad criolla.

Recomiendo leerla, es un retrato excelente de la Venezuela actual, con todas sus luces y obscuridades, con las ausencias y presencias; pero sobre todo con la esperanza de que al final, la civilidad se impone sobre la barbarie, el bien triunfa sobre el mal y la patria es sobre todo signo de vida, de futuro, de progreso y, por qué no decirlo, de sabiduría.